Monday, November 26, 2007

Heterogéneo


Ya en Granada. Pero estoy molido. Varios días de despedidas, cervecitas, actividades, viajes... y bienvenidas, cervecitas, actividades... y Congreso, que empieza ahora. El jueves fue genial. Un buen ejemplo de las oportunidades que te ofrece Londres y, peloteo aparte, la gente que he encontrado allí.

Carmen, Carmina y yo fuimos a una exposición sobre el sexo en el arte. Ni que decir tiene: interesantísima. No sé que era mejor, si las obras de arte (algunas de Picasso o de Bacon), conocer otras culturas (los sexos de los japoneses nos dejaron impresionados), las "performances" en vivo con tiíllos desnudos con las pelotillas apoyadas en el frío mármol, o los comentarios entre nosotros... después escapamos a la zona del Covent Garden. Y por supuesto: pintas. De ahí está tomada la foto. Nos acompañaron Yen, mi malayo compañero de piso, y James, amiguete de Hong-Kong. Estuvimos en la gloria. Ya sabéis que con un par de pintas (o una), el inglés sale a borbotones. Tras secuestrar a Carmen un poco más, la acompañamos al metro los chinos y servidor, como siempre, justo antes de que cerrase. Luego James nos llevó a un restaurante koreano barato y que acababa de descubrir: acabé la noche hablando con dos chinos, con un camarero koreano (del sur) contándonos su vida, y comiendo cosas de las cuales sólo conocía el arroz.

3 horas de sueño, maleta, puerta, tren... y al aeropuerto de Heathrow. Ni que decir tiene que casi pierdo el avión. Luego Madrid, después Granada, familia, amigos, perros y cañas con tapas. También Chivas 18 años en casa de Alex. Confesiones y reconciliaciones. El sábado, más bienvenidas. Mi compañero Antonio, hermano de Carmen (la del sexo, en fin, exposición), se plantó en Granada. Al final las cervezas y el poco sueño pasaron factura: el sábado empecé a sentirme mal del estómago. Domingo: madrugón (otra vez). Acompañé a (otra) Carmen (¿qué me pasa con las cármenes?) a una misa gregoriana en la Capilla Real, frente a la tumba de los Reyes Católicos. Al terminar, me sentía cada vez peor. Se ofreció invitarme a desayunar. Cuando caminábamos por la puerta de la catedral, la blasfemia ocupó su lugar: vomité junto a la puerta.

En fin, cómico, trágico, sentido, humor, amistad, viaje, despedida, bienvenida, Granada, Londres, hombres, mujeres, chinos, españoles, pintas, cañas y vino... hoy me despierto y, antes de salir a la facultad, me confieso a mí mismo lo afortunado que soy y, de paso, me pregunto si podré renunciar a todo lo que estoy viviendo. Y también de paso, caigo en que siempre me sale la vena existencial escribiendo posts...

Tuesday, November 20, 2007

Mi personaje (III)


Siempre había concebido la Historia como algo ajeno, algo estudiado desde la distancia. Los personajes del pasado eran eso, espectros que habían muerto para nunca volver, objetos de estudio de laboratorio que, al igual que una célula cualquiera, podían ser tratados de forma aséptica e independiente. Pero cuando la Historia se cruza con el presente, todo eso salta por los aires.

Sucedió hace un par de domingos. Conocí a Lucila, la hija de mi personaje: Carlos Posada, el autor del "Diario de la revolución y de la guerra civil" en el que estoy trabajando.

Llegué tarde al barrio de Chelsea. Salí apresurado de la parada de Earl's Court. No encontraba la casa. Recibí una llamada de Carlos, nieto de Carlos Posada e hijo de Lucila. Primero escuché su voz por primera vez: me había perdido. Finalmente di con la casa cuando, a mi espalda, no se como alguien con acento inglés me gritó: "¡Miguel Ángel!". Era Carlos. Dios santo, sus rasgos eran los de su abuelo: alto, labios pequeños y fruncidos, menton pronunciado... todavía me pregunto cómo me reconoció. Me esperaba más mayor, según confesó.

Entramos en la casa. Lucila, de más de ochenta años, nos estaba esperando. Había preparado algo de comer, y después nos invitaría a tomar el té. La primera impresión fue de cercanía, de cariño. Confieso que me dieron ganas de abrazarla: tener en mis manos al diario de su padre, transcribirlo, conocer sus más profundos pensamientos... me hacía sentir tan cercano, tan parte de su pasado... sin haberla conocido hasta entonces.

Tras el partido, volvimos a tomar el té. Mi primera impresión sobre Lucila se potenció aún más. Nos sentamos junto a una mesa baja. Carlos en el sofá. Yo en un sillón inglés bajo. Y ella frente a nosotros. Comenzamos a preguntarle por su pasado, por su padre, por su madre, por la huída de Madrid, por la llegada a Valencia, por las iglesias quemadas, por la llegada a Francia, su vida en San Juan de Luz, su vuelta a España, el encarcelamiento de su padre, las visitas a la cárcel, la vida de posguerra... Creo que Lucila se encontraba cómoda. Carlos estaba impresionado de que no se emocionase. La Historia, más que nunca, se cruzaba con la memoria: hablaba de sucesos que yo había conocido por su padre, de su primer amor en San Juan de Luz, de las dos averías del coche tratando de huir de España, de la depresión de Carlos Posada... Era raro preguntarle sobre pensamientos que su padre vertía en el diario... y que ella no conocía. Me sentí rodeado del pasado, combatiendo por traerlo al presente y que suponga algo para el futuro.

Y por supuesto, esa generación. Lucila estudió en la Institución Libre de Enseñanza. Nunca había conocido a nadie que lo hubiese hecho. Me impresionó. Al ver su humanidad, su impresionante educación, su naturalidad, su dignidad y su sentido de justicia, comprendí el sueño de ese grupo de hombres que pensaban que la educación podía cambiar un país. Que oportunidad perdió España desperdiciando a esta generación.

Una y otra vez, cuando trabajo sobre este tema, me pregunto por qué me atrae tanto. Al fin y al cabo, puede ser una mera historia personal. Quizá es que ha llegado a ser tan personal que eso es lo que importa: rescatar la historia de una generación que fue pulverizada por la guerra es como rescatar la mía propia. El olvido es muerte y la memoria es vida. Mientras que escribo esto, recuerdo el escritorio de madera de Carlos Posada que, al fondo de la habitación, nos acompañaba en la conversación mientras guardaba en sus cajones los cuadernos del diario con el que toda esta historia comenzó.

Saturday, November 17, 2007

¿Qué tiene este hombre, que a todos nos guía?


Según informa 'El Mundo', el Comité Federal del PSOE ha vuelto a proclamar a Manuel Chaves como candidato a la presidencia de la Junta de Andalucía ('El País' no da la noticia). Por sexta vez consecutiva optará a la presidencia de nuestra querida autonomía. Realmente, estoy contento. Estoy contento de tener un líder tan carismático, tan socialista y tan demócrata al frente de la política de mi comunidad autónoma. Hoy, puedo compartir las palabras de Zapatero: "qué tranquilos y confiados nos sentimos con que Chaves sea otra vez candidato". Sobre todo porque Chaves, ese hombre, "representa una de las mejores maneras de ser y estar en el proyecto del socialismo democrático de los últimos años, de las mejores maneras de gobernar y de orientar Andalucía".

Que suerte tenemos los andaluces. Nosotros, ignorantes y torpes, somos tan incapaces que necesitamos a una figura tan democrática y sobresaliente como Chaves, prueba de una ideología socialista sin límites, para que nos guíe en nuestros destinos. Nadie es capaz de aportar algo, de sucederle... porque el es tan imprescindible... Por eso, oh, amigos, yo exclamo: ¡Larga vida a Manuel Chaves! Que suerte tener el mismo presidente desde 1990, desde hace 17 años. Que gozo, qué placer tenerlo con nosotros 4 años más: en total serán 22.

Cuando otros 'barones' del PSOE como Rodríguez Ibarra o José Bono, cobardemente, se han retirado, Manuel Chaves sigue ahí, al pie del cañón, incólume. El es el 'centilenela permanente' que vela por nuestros destinos (creo que alguien decrépito dijo esto de sí mismo en sus últimos años de vida, allá por la primera mitad de los años 70... pero no recuerdo quien). Y quiero que lo siga siendo: tengo 29 años y no guardo recuerdo de otro presidente en la Junta de Andalucía. Estoy aterrado: ¡no debemos cambiar! ¡Gracias Manolo, no nos dejes, nos nos abandones!

Me siento feliz. Feliz porque alguien, desde arriba, dirija mis destinos. Feliz porque veo que la democracia funciona. Feliz porque Chaves volverá a ser elejido, porque nuestra democracia es grande, porque la Transición fue impecable, porque las listas abiertas en los partidos son una tontería y porque la renovación en el poder lo es todavía más. Y claro, también, porque Andalucía es maravillosa y tenemos sol. Sonriamos todos con la papeleta en la mano.

Wednesday, November 14, 2007

Chelsea-Everton

El fin de semana me dejó fatal, decía la horrorosa canción de Mecano. Y así fue. El sábado nos colamos en una fiesta (sigo con Mecano) en algún lugar del Este de Londres, en el antiguo ayuntamiento de Limehouse. Era una fiesta anarquista, donde paradójicamente los asistentes íbamos disfrazados de "putos ricos capitalistas" (así rezaba la invitación), se vendía absenta, (y no coca-cola, como en las canciones de Mecano) había música en directo y, sorpresa, dejaban fumar dentro del edificio.

Pero al día siguiente, fútbol. Siempre había querido asistir a un partido de fútbol inglés. Me levanté -como pude- y me planté en el barrio de Chelsea. Quedé con Carlos, el nieto de mi personaje, y nos dirigimos al mítico estadio Stamford Bridge... no sin antes tomar una cerveza tradicional a las 1 de la tarde en un pub cercano. Aunque el estadio era pequeño, el ambiente era impresionante. Jugaban Chelsea y Everton. Por supuesto, los seguidores del Everton estaban arriconados en una grada. El resto del campo era una marea de hombres azules gritando. Y sí, digo hombres, pues el 95 por 100 de los asistentes encajaban en el perfil: "hombre de 30-50 años, con tripa (mucha), barba incipiente, gritones, y algunos rosados". No vi ni una sola mujer.

El ambiente era maravilloso. Carlos, fan desde niño del Chelsea, vibraba. Yo superaba la resaca y trataba de hacer comentarios en el país donde se inventó el fútbol. Pero para colmo, mi boca no dejaba de cerrarse y abrirse: no paraba de bostezar. Carlos me miraba extasiado: "¿Pero a ti no te gustaba el fútbol?", pensaría.

Finalmente el Chelsea se adelantó con un gol de Drogba... sin embargo, en el último minuto, el Everton empató. El público desalojó sus asientos al terminar el partido, cabizbajos y sin insultar al árbitro (es curioso como aquí no parecen acordarse tanto de la madre de los referees). Pero los más tristes tuvieron que ser los dueños de los pubs de alrededor que, ese domingo, no se llenaron. Nos dirigimos entonces a casa de Lucila, la hija de mi personaje.

Tuesday, November 13, 2007

Friday, November 09, 2007

Mi personaje (II)


En agosto pasado ya informé de mis relaciones con mi personaje. Era hijo de un famoso jurista español. Fue educado en la Institución Libre de Enseñanza, viajó al extranjero para ampliar sus estudios y, en 1921, consiguió colocarse como funcionario del Congreso de los Diputados y del Instituto Nacional de Previsión.

Fue un hombre liberal y culto. Apoyó a la II República en 1931, el primer intento de democracia en España. Llegó a ser secretario e íntimo amigo de Julián Besteiro, militantes socialista y presidente de las Cortes que elaborarían la constitución que, por fin, consagraba el sufragio universal masculino y femenino en España.

De posición acomodada, la Guerra Civil le sorprendió en Madrid. El y su familia dejaron su casa. Sintiéndose perseguidos, viajaron a Valencia con el gobierno de la República y, en enero de 1937, escaparon a Francia. Tras pasar ocho meses en San Juan de Luz, mi personaje volvió a España, en este caso, a la "España nacional". Intentó recuperar su vida, ser repuesto en sus cargos. Sin embargo, el naciente régimen de Franco le respondió de forma inesperada: pasó por la cárcel de San Sebastián, donde escribía cartas tranquilizadoras a su esposa; y nunca consiguió ser repuesto en su puesto de funcionario. Al terminar la Guerra Civil, era un hombre entre dos Españas, hundido, sin ganas de vivir.

El franquismo nunca le perdonaría. Tan sólo en 1943 conseguiría recuperar un puesto en las ahora flamantes Cortes franquistas. Pero fue tratado como un vencido: tuvo que consolarse con un trabajo menor de bibliotecario, con un sueldo mucho inferior al que entonces gozaba. Nunca consigió levantar cabeza. Murió en 1948, tras ser intervenido por un cáncer en el estómago, en una clínica madrileña.

Mi personaje tuvo una hija. A la muerte de él y de su madre, escapó de España. Llegó a Londres, donde comenzó a trabajar como enfermera en un hospital cercano donde, casualidades de la vida, hoy escribo este post. En 1953 contrajo matrimonio con un hombre inglés, con el que tuvo varios hijos. Uno de ellos fue el que confió en mí para que leyese, transcribiese y estudiase el diario de mi personaje, redactado durante la Guerra Civil.

Historia y memoria se encontrarán este fin de semana. El nieto de mi personaje me invitará este domingo a ver el fútbol (Chelsea-Everton). Después, iremos a su casa, donde su madre, la nieta de mi personaje, nos preparará un té. Me toparé, cara a cara, con los ojos de una historia que no ha acabado y que enlaza con nuestro presente. He tenido que venir hasta aquí para encontrarme con una memoria histórica que, un día, tuvo que escapar de una España que no le otorgaba voz alguna.

Monday, November 05, 2007

Mi barrio: West Norwood


Vivo en algún lugar al sur de Londres. Calculo que a unos 20 kilómetros de la zona de Covent Garden, para hacernos una idea. Es un sitio peculiar. Desde luego, tiene poco que ver con barrios adinerados como Chelsea, Knightsbridge, Kensington o Notting Hill. Cuando se cruza el Támesis hacia el sur, comienza lo castizo de esta ciudad. Uno se encuentra con Brixton, uno de los barrios más variopintos (y peligrosos). Aunque algunos se empeñen en afirmar que el centro de Londres está en Picadilly, podría estarlo allí: se dan los mejores conciertos de rock, se sirve la comida más barata (la calidad es otra cosa), tiene un mercado célebre, pasan numerosos autobuses... pero no tantos como razas y culturas como se pueden encontrar por esas calles.

West Norwood está todavía más al sur. No es un barrio deprimido, pero tampoco lo contrario. Diríamos que es una zona de clase media-baja. Tiene el aspecto de un pequeño pueblo que hoy se ha visto desbordado: la iglesia ya no está en uso, está siendo reformada, y pervive casi arrinconada entre los árboles, en una pequeña colina. Junto a ella, perviven los restos de un teatro de ladrillo, por supuesto, abanadonado. También tiene un cementerio, uno de esos con cancelas ennegrecidas, con musgo, con lápidas ladeadas, donde el verde cubre las losas, los mármoles y los árboles. Un cementerio donde nunca va nadie.

También en West Norwood tenemos biblioteca, aunque nunca la he visto abierta. Abundan los restaurantes de comida rápida; en cambio, no hay pescaderías ni carnicerías: todo una señal del nivel de vida de los residentes en la siempre cara Londres.

Pero West Norwood está unido con el mundo. Tenemos una estación de tren, e incluso algún autobús que va al centro. Desde luego, las pendientes en las que se encaja mi barrio están lejos del centro: a la noche, tras pasar por las barras de los pubs el centro, el mítico autobús nocturno (N2) vuelve cargado de personajes como yo que, en ocasiones, duermen sobre el cristal y se pasan la parada, marchando hacia algún lugar hacia el sur.

Pero West Noorwood es un sitio tranquilo. Aunque el otro día, vestido de conde Drácula, me pidiesen dinero a la puerta de casa en la noche de Halloween ("¡No me muerdas!", me dijo el presunto... antes de pedirme 3 pounds).

Y por supuesto, tenemos pubs. Algunos con nombres peculiares. Nombres que dejan claro que mi barrio tiene carácter, que está entre el Londres oficial y el Londres heterodoxo. En mi calle hay dos. Uno es "La reina gitana" (The Gipsy Queen), aunque está abandonado. El otro tiene un nombre poético porque, para colmo, está junto a la estación: "La Esperanza" (The Hope). Nunca he entrado, pero por él parecen vagar personas de avanzada edad, bebiendo cerveza, desgastadas por las horas de trabajo y de viaje de esta ciudad. Quizá esperan a tomar la última antes de tomar el tren a cualquier lugar.

Thursday, November 01, 2007

El "Panóptico", la cárcel perfecta


No conocía a Jeremy Bentham. Fue un inglés de finales del siglo XVIII que, además de niño prodigio en su infancia, escribió algunos de los tratados jurídicos más emblemáticos del Derecho moderno. Pero lo que me ha llamado la atención es otra cosa. En 1791 publicaría "El Panóptico", un tratado sobre derecho penitenciario. El DRAE da la siguiente definición de "Panóptico": "Dicho de un edificio: Construido de modo que toda su parte interior se pueda ver desde un solo punto". Bentham diseñó un proyecto de cárcel revolucionario: un edificio en el que, desde un sólo punto, un vigilante podría conocer los movimientos de todos los presos. Al comienzo de su obra Bentham dejaba claro los objetivos de su tratado:

“Si se hallara un medio de hacerse dueño de todo lo que puede suceder a un cierto número de hombres, de disponer todo lo que les rodea, de modo que hiciese en ellos la imipresion que se quiere producir, de asegurarse sus acciones, de sus conexiones, y de todas las circunstancias de su vida, de manera que nada pudiera ignorarse, ni contrariar el efecto deseado, no se puede dudar que un instrumento de esta especie sería un instrumento muy enérgico y muy útil que los gobierno podrían aplicar a diferentes objetos de la mayor importancia

Bentham escribía a finales del siglo XVIII. Y está claro que su proyecto no sólo iba dirigido a las cárceles, sino a la sociedad entera. Aunque nunca llegó a realizarse plenamente, inspiró las reformas penitenciarias posteriores, así como las ideas de vigilancia y de control que los Estados pusieron en práctica sobre sus ciudadanos. Quizá es el bueno de Bentham el que está detrás de algunas cosas que me rodean ahora mismo: mientras que escribo, todos mis movimientos por internet están localizados (también los vuestros cuando leéis esta post), y también lo estarán por las cámaras de seguridad de esta biblioteca, o de las calles del campus, o del autobús o el metro que coja para volver a casa. Al fin y al cabo, Bentham falleció en Londres, donde hoy me encuentro.