En el mítico viaje Asturias+Galicia la línea del tiempo volvió a entrecruzarse: me encontré con alguien de un pasado no muy lejano, en un lugar apartado de donde nos conocimos. En Gijón estuve con Eduardo, entrañable amigo de Ann Arbor. Pasamos un rato estupendo. Nos confesamos que aquello era raro por todos lados: encontrarnos los dos en su ciudad, Gijón, donde tan sólo pasa una semana al año, después de haber vivido tantas cosas (lecturas, conversaciones, rackeball, cervezas) en Michigan a tantos kilómetros de distancia, separados de la gente y del espacio que nos unía.
Metafísicas aparte, pasamos un rato fantástico. Antonio y Benja se unieron a nosotros: en un principio, se jugaron a "piedra, papel o tijera" quién se quedaría haciéndome compañía mientras que el resto de viajeros marchaban a un cabo cercano. Al final sus novias transigieron (gracias) y se quedaron los dos. He aquí las fotos de la tarde entrañable en la que Eduardo, con mucha paciencia, intentó enseñarnos a escanciar sidra. Es todo un arte y algunos se lo toman en serio: nos confesó que un amigo suyo se encerraba en el cuarto de baño y se pasaba horas y horas ensayando con agua en la bañera. Mientras que nosotros cumplíamos con el ritual y cada vez estábamos más alegres, en una mesa cercana unos españoles se llenaban el vaso hasta los topes (la tradición dispone que se llene sólo 1/4) y servían la sidra como si fuese cubalibres. Harto entrañable. Toda una sorpresa saber que, sea donde sea, con la gente que sea, y con la bebida que sea, la amistad con quienes que dejamos atrás no tiene por qué morir. ¡Salud!