Wednesday, February 27, 2008

Tortillas, debates y pasado

Dos fogonazos en el tiempo y en el espacio, uno mío y uno ajeno. Todos, de una u otra forma, me pertenecen.

1. Hace un par de días, preparaba una tortilla de patatas en la cocina de nuestra casa malaya-española de West Norwood. Posiblemente para buscar inspiración culinaria, pero también por la preocupación que tengo por mi país aún en la distancia, lo hacía con el portátil encendido, junto al microondas: escuchaba el debate entre Zapatero y Rajoy. Comentarios aparte sobre el aburrido, bilateral y plano debate, hubo un momento en que Mariano Rajoy acusó al presidente del gobierno de preocuparse por "cosas que a nadie importan" como, entre otras cosas, la Ley de la Memoria Histórica.

2. Al día siguiente, leyendo en la biblioteca sobre la guerra civil, encontré un testimonio de aquellos años. Era de un hombre común, un riojano humilde que, tras estar en la cárcel, iba a ser asesinado. Escribió una última carta a su familia, despidiéndose:

“Mi querida esposa e hijos:
Al recibir esta carta no sé si yo, en vida o muerto, os ruego me perdonéis si durante nuestro matrimonio os pude molestar en algo. Las circunstancias de la vida me trajeron a esto, no por haberme hecho acreedor a ello, ¡estar seguros!, sino por malos quereres a la familia, y que en mí se cebaron. Con entera resignación lo soporto ya que también Jesucristo sufrió por todos y pagó culpa que tampoco había cometido. Vito,[su mujer] por todos los medios te ruego en mis últimos momentos no des padrastro a nuestros hijos, lucha hasta el fin por ellos como yo en todo momento sabes he luchado por la vida, y sólo para vosotros: dales buenos ejemplos, procurando siempre no dejar a las hijas caer en el vicio; y a nuestro Chomí, hoy niño, luego hombre, moldéalo para que como yo sea amante de su familia y prójimo: a ti nada he de decirte, puesto que eres modelo de esposa, eso sí, no des padrastro a nuestros hijos, vive con tus ancianos padres, que aunque viejos te ayudarán en todo que puedan, como siempre. Y nada más, querida esposa e hijos, me quitan de vosotros, lo que más quiero en el mundo, para mandarme al otro, el de los olvidados para siempre. Adiós a todos, acordaos un poco de mí.
Tu esposo, Cipriano”.


Posiblemente nada cambie después de las elecciones. Gane quien gane. Pero testimonios como estos son más nuestros que las palabras encorsetadas, los eslóganes y los discursos con olor a rédito electoral de los políticos. Dicen que el futuro es nuestro, "de todos los españoles": ¿es acaso nuestro pasado reciente de todos los españoles? Algunos se empeñan en que no lo sea.

Monday, February 25, 2008

Un barrio, Camden Town

Camden Town fue el primer barrio de Londres que visité. Venir a Londres como turista es ver museos, pasear (y comprar) por Oxford Street, deslizarse por el Soho de bar en bar, ver el ambiente de Convent Garden... pero al ir a Camden se descubren los barrios.

Londres tiene, en sus barrios, el olor a pueblo, la marca de algo apartado, pequeño, en mitad de una gran ciudad. Camden es buen ejemplo de ello, aunque esté inundado de turistas. Es célebre su mercado. Al norte de Londres, los fines de semana, nada más bajar en la parada de la "Northern Line" uno percibe que ha llegado a un lugar peculiar. El mercado llega casi a las barreras de entrada de la estación y la gente se agolpa en torno a ella. En Camden, lo heterogéneo sale a la calle: rastafaris, punkies, rockers, grunges (si todavía existen), modernillos, pintillas, góticos... junto a turistas curiosos que, por su aspecto y olor a normalidad, están completamente fuera de lugar.

Subiendo la calle principal, Camden Road, encontramos cada vez más tiendas. Cruzamos el canal, donde siempre el mismo tipo nos ofrece cualquier droga (todas). Sobre el puente podemos ver las tiendas, las barcas, los torbellinos de gente, el agua, los barcos, el humo de los cigarros (y otras cosas), las terrazas... cuando es un día soleado, es de los mejores lugares de Londres. Tengo un buen amigo que vivió en Camden y que, junto al muelle, pasó una de las mejores tardes de su vida.

Tras el canal, hacia el norte, las tiendas te atrapan. Hay tiendas de todo. Pero si por algo es conocido Camden, es por la ropa. Hay ropa hippie, sesentera, vintage y de segunda mano, gótica, heavy, ochentera, exótica, militar, galáctica y, una de las atracciones del mercado, ropa cyborg. Todo adobado por tiendas de comida rápida, donde la comida barata de Japón, México, India... y por supuesto, China, quedan a nuestro alcance.

Camden tiene el aspecto de un lugar especial. Y es un barrio especial. La gente que lo habita es buena prueba de ello. Aunque son visibles los fines de semana, los turistas los entierran. Por eso, entre semana, Camden es otra cosa. El mercado es más transitable. Los dependientes, casi siempre gente joven, suelen residir en el barrio, y la gente que camina por la calle también. Están más a la vista los bares con música en directo, tales como el "Bar Fly", "The Roundhouse" o el mítico "The Dublin Castle", donde dieron sus primeros pasos grupos como Blur o Coldplay. También se esconden pubs como "The Lock Tavern", uno de esos bares siempre difíciles de abandonar, donde incluso en tardes de lunes surge lo más inesperado.

El otro día se declaró un incendio en Camden. A cuenta de ello viene este post. No cabe duda que no supondrá ningún reto para el futuro del barrio. Por lo vetusto de sus edificios, de ladrillo oscuro eterno, por el carácter de sus vecinos, y por los jugosos intereses económicos que se esconden tras el mercado, saldrá a flote. El día del incendio, en el "Bar Fly", se celebraba un concierto de música metal. Las llamas paralizaron el concierto, los heavys salieron a la puerta enfervorecidos, gritando y admirando el poder de unas llamas que se alzaban veinte metros sobre el mercado. Después de la catástrofe, siempre renace algo nuevo.

Thursday, February 21, 2008

Esperando / Waiting

Estoy esperando. Otra vez. Esperando el avión que me lleve, ya de noche, a Londres. No sé si es un viaje de ida o de vuelta. Quizá porque, después de casi un año y medio viviendo fuera de Granada, no sé si mi hogar está aquí, en el sur, o en cualquier parte del mundo.

Espero con las piernas cruzadas. Con el portátil apoyado sobre ellas. Junto a mí sólo tengo la mochila marrón que, al terminar la carrera, compré para llevar mi primer portátil; la misma que me acompañó durante toda la tesis, peregrinando por archivos, bibliotecas, ciudades y pueblos. En mi bolsillo guardo varias tarjetas de crédito. Una registrada a nombre de Mr. Del Arco; otra a nombre del Sr. Del Arco. Son trozos de plástico más o menos gastados, donde las letras metálicas de mi nombre comienzan a perder su brillo; son símbolos de una vida encabalgada, del uso de dos monedas, de un ahorro inexistente, de vivir al día o incluso segundo a segundo.

A estas alturas, no sé si vengo o voy, si mi viaje es de llegada o de salida. No sé si el futuro está en Granada, en Londres o cualquier otra parte. No sé si es más importante lo que dejo o lo que voy a encontrar. Es una sensación que me es conocida: la llevo sintiendo desde que volaba hacia Michigan el año pasado. Y confieso que empiezo a cansarme. Cada vez que piso un aeropuerto, una estación de autobuses o de trenes, tengo la sensación que mi vida es solo eso, viaje, tránsito, movimiento… con un destino que nunca parezco alcanzar. Quizá la vida sea sólo eso. Sin duda las cosas que he encontrado en mi camino me han hecho crecer: golpes, alegrías, caídas, desvanecimientos, esperanzas, aventuras… y caras, muchas caras de gente que me han abierto otras vidas, otros sentimientos, otros mundos. Pero comienzo a estar cansado. Me tienta la cotidianeidad, centrar mi vida, atarme a un lugar, hacerme un círculo más o menos cerrado, donde controle lo que hago y hacia donde voy día a día. Será el espíritu de conservación -maldita biología- que todos nosotros parecemos llevar dentro. Creedme: ambas opciones tienen puntos oscuros, pero también luminosos. Ambas merecen ser vividas, y yo tengo la oportunidad de hacerlo. O eso es lo que pienso, consolándome y animándome, mientras que la megafonía de este pequeño aeropuerto anuncia la salida de un vuelo barato.
[Aeropuerto Federico García Lorca, Granada, 21.00 horas, 20 de febrero de 2008]

Wednesday, February 20, 2008

Canciones para escapar (IV)

Aunque no venga a cuento, aunque no sea a propósito de nada y aunque este video no tenga sentido... hacía mucho tiempo que quería colgarlo. Porque las canciones de amor acaban siendo siempre las mejores.

Tuesday, February 19, 2008

De chinos, de años y de ratas

Debido al estrés, viajes, disfrutes varios y resfriados... últimamente he dejado de escribir en el blog. Prometo recuperarlo esta semana: así que preparaos para el aluvión de noticias.

El 7 de febrero pasado comenzaba el Año Nuevo chino. Lo que hubiese sido una fecha anecdótica en Londres, y del todo inexistente en Granada, en mi situación no podía pasar desapercibida: vivo rodeado de chinos.

Mi compañero de piso y amigo, Yen, es de Malasia. Es heredero de esos mercaderes chinos que, hace siglos, saltaron a las islas asiáticas en busca de un comercio floreciente. Mi otro amigo chino es James: más conocido como Jaimito, es de Hong-Kong, y no quiere saber nada de la República China aunque ama, por encima de cualquier cosa, la cultura china. Ambos hablan chino cantonés (Yen también mandarín). Ambos son arquitectos. Y ambos están entre dos mundos: después de más de 10 años en el Reino Unido, todavía hablan con unas familias tan lejanas en la moral como en el espacio. Ambos no niegan que deben volver, se lo deben a sus familias, la vejez de sus padres está cerca... pero su felicidad está en Londres, donde comparten una moral más abierta, donde se encuentran aceptados y, sobre todo, pueden elegir.

Y no renuncian a su cultura. El jueves pasado estábamos los tres en China Town. 6.30 p.m. Primera planta del restaurante "La isla del dragón". Ambos (no yo), leyendo en chino, pidiendo en chino, comienzo en chino. Todo un lujo estar con ellos, os lo aseguro. Y, ¿quién dijo que los chinos eran aburridos? ¿quién dijo que los chinos eran todos iguales?

Me confesaron que mi signo chino es el caballo. Decepción: pensaba que era el perro. Estamos en el año de la rata, cuando el calendario chino vuelve a girar, a empezar de nuevo. Y también me explicaron en qué consiste el calendario chino. Es un calendario lunar, y cada año responde a un animal. Como en todas las tradiciones asiáticas, detrás de un hecho parece esconderse una leyenda. En el comienzo de los tiempos, los dioses organizaron una carrera en la que los animales tomarían partido. La rata era íntima amiga del gato; tanto que trabajaron juntos para vencer en esa prueba. A lomos del felino, la rata guiaba con sabiduría y tenacidad hacia la meta. Antes de llegar, y puesto que la ventaja era tan amplia, sugirió al gato descansar. El gato cayó en un profundo sueño; la rata aprovechó para llegar a la meta. Desde entonces, ambas razas se odian, y el primer año del mundo fue consagrado por los dioses a la rata, prueba de inteligencia y astucia. A los que hayáis nacido en el 2008 (muy pocos), 1996 (pocos), 1984 (alguno más), 1972 y 1960... este es vuestro año. Y vuestra leyenda.

Thursday, February 07, 2008

Spanish Embassy


No todo van a ser reflexiones metafísicas en este blog. Sí, ya sé que quedaron atrás esos días de noviembre y diciembre de 2007 donde abundaban también los periplos por los bares, mercadillos y cualquier excusa para el ocio. Este es un blog de postín, de categoría y a veces poco entrañable; por todo ello, os animo a que os vistáis de gala y me acompañéis en este post.

El pasado miércoles, algunos investigadores del Cañada Blanch (el instituto de historia contemporánea donde trabajo, insertado en la LSE) fuimos invitados a la Embajada española en Londres. La excusa -y qué buena excusa- era la conmemoración de los 200 años de la muerte de Antonio José Cavanilles (1745-1804), quizá el botánico español más destacado de todos los tiempos. El embajador, conde de Miranda (¿o tal vez era marqués?), presidiría el acto. Se requería chaqueta.

Ya el sábado pasado, nos pasamos por el mercadillo de Camden Town para buscar cualquier chaqueta o ropaje que aparentase seriedad. Nuestra economía no nos permitía otra cosa. Por supuesto, no encontramos nada. Finalmente, y por consejo de mi buen amigo Toni, un fiera en esto de las gangas, dimos con unas chaquetas de saldo en una tienda de postín en Oxford Street.

El miércoles, a eso de las cuatro de la tarde, ahí estaba yo, en mi casa de West Norwood, barrio popular donde los haya. Todo listo. Menos una cosa: la corbata. O mejor, el nudo de la corbata. Finalmente, en la soledad de mi cuarto vencí el miedo, "googleé" en el ordenador y encontré la receta para hacerme el nudo. Satisfecho, o eso creía yo, salí a toda prisa.

La Embajada está en el barrio de Chelsea, en Belgrave Square. Quizá es la zona más rica de Londres. Y allí estábamos todos. Yo, confiado, contento con mi nudo y mi independencia viril, símbolo de madurez... cuando, nada más entrar, alguien me pregunta:

-¿Cuántas veces te has hecho el nudo de la corbata?
-Es la primera, respondo feliz.
-Se nota, me replican.

La casa era impresionante. Era una mansión victoriana, con muros y molduras en blanco, artesonados y techos de escayola fina, cortinas impresionantes. En las paredes colgaban tapices del siglo XVIII, y otro salón estaba cubierto por cuadros enormes pintados por el yerno de Goya. A la entrada, había un bargueño de esos que los conquistadores llevaban a América, con un Belén en su interior. Todo, al parecer, Patrimonio Nacional.

El acto en sí fue ameno. Los asistentes, de punta en blanco. Las mujeres muy elegantes. Y los hombres, con chaqueta y nudos de corbata más presentables que el mío. Este Cavanilles fue un tipo interesante: de ser sacerdote en Valencia, le dio por salir de su ciudad, acabando en el París de la Revolución Francesa y en el Madrid de Carlos IV. Desde su jardín botánico descubrió al mundo más de 200 plantas. Y, dos siglos después de su muerte, a nosotros nos descubría la Embajada.

El acto acabó con unas entregas de regalos entre las diversas instituciones. Entonces, tomó la palabra el embajador y animaba a compartir un vino. Empezaba lo bueno.

El ágape fue servido en un salón impresionante, con una mesa de unos 15 metros de largo, con sillas antiguas y acolchadas en terciopelo rojo. El comienzo no fue muy triunfal, con toda sinceridad. Alguno de mis compañeros calificó al jamón como "de Mercadona". A mí, acostumbrado a los pocos lujos londinenses, me supo a gloria. Luego vendría lo mejor: calamares, gambas, dátiles con bacon y otras degustaciones que no puedo dejar de calificar como entrañables. Quizá fueron los calamares y, sobre todo, las croquetas, los reyes de la noche. Aunque el vino blanco tuvo "su aquél".

Precisamente con una copa de vino nos paseamos por la casa, acompañados por la agregada cultural. Nos relató en breve su historia. Al parecer, fue comprada por 100 años al duque de Westminster; pasado ese tiempo, volverá a sus manos. Este señor posee gran parte de la zona donde nos encontramos y, por lo que deduzco, nunca pasará hambre. El dueño anterior de la impresionante mansión fue, nada más y nada menos, que el armador que construyó el "Titanic". Nos enseñaron el salón, con una impresionante chimenea, donde supuestamente se firmaron los planos.

Y poco más. Conversaciones, muchas formas y maneras, muchos "usted", "señor" y "señora". Fue toda una experiencia, hay que confesarlo. Pero como tomando una tapa con los amigos y dejándose llevar... no hay nada. Quizá soy demasiado castizo. Además, para quiénes os lo estésis preguntando... para colmo en la reunión del embajador, no hubo "Ferrero Rocher".

Tuesday, February 05, 2008

Luchar contra uno mismo


Siempre me ha admirado la capacidad de hombres y mujeres para superar la adversidad. El ser humano es capaz de adaptarse a cualquier situación, considerar normal una posición de postración atroz y salir adelante. Cuando leemos los testimonios de Primo Levi en el campo de concentración, constantemente nos asalta la duda de por qué seguir viviendo, por qué continuar. Hay algo dentro de nosotros que nos impulsa a luchar, a no bajar los brazos. Un instinto de supervivencia que nos lanza a la vida, a veces a costa de llevarnos por delante a quien sea necesario. Pero además de esta cuestión, hay una no menos difícil: luchar contra nosotros mismos.

Tenemos a nuestros pies la vida. Y vamos pasando por triunfos y fracasos. Frustraciones que arrasan nuestro orgullo, pequeños triunfos que inflan nuestra vanidad. Vivimos en un pulso constante con el triunfo personal, con demostrar a los demás y a nosotros mismos que seremos lo que queremos ser (y lo que los otros esperan que seamos). Una lucha constante entre el correr como un relámpago hacia nuestros objetivos, caminar a trompicones a veces, retroceder otras muchas. Para no rendirnos, para tener el cuerpo y el alma unidos, debemos decirnos a nosotros mismos que somos capaces de llegar donde queramos. Y en ese camino, debemos mentirnos constantemente, negar la realidad y, sobre todo, refugiarnos en "ese limbo en que la memoria guarda las derrotas", que cantaba Lapido.

No es sólo hablar de autoestima, no es sólo hablar de mentirse a sí mismo, de olvidar las derrotas y ensalzar las victorias. Es luchar contra nosotros mismos. Sin vivir aplastados por sueños estelares, las pequeñas alegrías de lo cotidiano, los pequeños triunfos de lo que realmente nos hace felices, están a la vuelta de la esquina. Apretemos los dientes, cerremos los puños, miremos al frente y comencemos a caminar. El mundo, ahí fuera, sale al encuentro.