Tuesday, August 26, 2008

Nombres


Nuestros nombres son de las cosas más casuales y definitivas que encontramos en la vida. Casual porque no depende de nosotros: en todo caso de la voluntad de unos padres, de un suegro o una suegra. Y definitivo porque nos acompaña hasta la muerte: esas letras van en nosotros desde que salimos del paritorio hasta que volvamos a posarnos en la tierra. Su pronunciación traerá reacciones, provocará imágenes y sonidos.

Pero aún así, la voluntad de los padres a veces se ve doblegada. Nos dan un nombre. Nos imponen cómo seremos llamados. Pero la vida y los que nos rodean reformulan o vuelven a moldear nuestro nombre. Así, a veces, llegamos a tener varios.

Tengo, a grandes rasgos, tres nombres: Miguel Ángel, Migue y Miguel. A grandes rasgos porque no cuento con otros calificativos, no menos importantes (Chillo, Migui, Miki, Miquele... y por supuesto, Bobby). Tres nombres que han barajado mi vida y la gente que ha pasado o pasa por ella. Nunca entendí por qué escogían uno u otro. Y cuando me preguntaban cómo quería ser llamado... la verdad es que no sabía qué decir; solía dar a escoger entre este pequeño abanico de nombres.

Tener tres nombres se ha convertido en algo natural. Tanto que me siento interpelado con igual fuerza por cualquiera de ellos. Además, a día de hoy no podría decir quién me llama de una forma u otra. Aunque sin duda, existen tendencias: Miguel Ángel es preferido por mi familia y por algunos amigos, es mucho más imperativo y quizá presentable; Migue es mayoritario en los amigos del sur, y tiene un tono más coloquial y juvenil (nunca viene mal); y Miguel siempre ha sido algo del norte, de fuera de Granada.

Miguel fue el último nombre en llegar. Comenzó a sonarme bien en Michigan. Todos me llamaban así. Fue como ser rebautizado. Empezar de nuevo a 10.000 kilómetros de distancia. Esta tendencia ha proseguido en Londres y, por supuesto, también en Madrid. No renuncio a mis otros dos nombres, pero confieso que con Miguel comienzo a encontrarme, es más mío. En todo caso, quizá la belleza o el acierto de los nombres no resida en ellos mismos, sino en aquellos que los pronuncian. ¿Están, queridos lectores y lectoras, de acuerdo?

Tuesday, August 19, 2008

Latest news: the last round


Finalmente tomé la decisión: me quedo con el pequeño piso con vistas a la Alhambra. Está medio cavado en la roca, cerrado por rejas de forja granadina sobre una pared de mortero blanca. Dentro, el frescor del verano y la calidez del invierno necesaria para empezar una nueva vida. Fuera, la Alhambra y Granada a mis pies. Tranquilos lectores, ya ofreceré fotos y cenas de bienvenida a todos vosotros. Anonymousgr, ¿te atreverás a venir?

Más cambios. Ahora estoy en Londres. Llegué la madrugada del domingo al lunes. A las 4 de la mañana estaba en Victoria Station. Y cómo no, llovía a mares. Corriendo con mi maleta, en manga corta y con la garganta palpitando, perdí el bus nocturno por los pelos. Tras esperar, con la ropa y el corazón calado en la marquesina de la parada, conseguí coger un "double decker" a las 4.20. Al llegar a casa, me esperaba, como siempre Yen. Y es que, aunque muchas cosas han cambiado, en Londres y en West Norwood me encuentro como en casa. Nos pusimos al corriente con sendos vasos de agua.

Ayer... convaleciente en casa. Trancazo importante. Sedado con ibuprofeno. Pero eso no me impidió degustar el pescado con berengena con salsas raras-chinas de Yen, amén de esa botella de Rioja que sobrevivió al viaje. Había tanto que contar...

Otra vez aquí. Dejar de hacer maletas será difícil. Hasta entonces... último round antes de volver a empezar.

Tuesday, August 05, 2008

Buscando casa en Granada


Después de Michigan y Londres, comienza a llegar la hora de volver a casa. 30 años recién cumplidos. Un trabajo a la vista. Y una estabilidad en la vida que aterra. Pero ha llegado el momento definitivo: es hora de independizarse.

Cuando le comuniqué la noticia a mi madre la entendió como una traición. Esperaba al día de mi boda para que saliese de casa. Pero si no lo hago ahora, ¿cuándo?

Los genes tienen el misterio de lo ajeno que nos es propio: tomamos decisiones y anhelamos cosas que eran propias de nuestros padres, pero de repente pasan a ser nuestras. El caso de la vivienda es un buen ejemplo.

Cuando mis padres llegaron a Granada en 1983 soñaban vivir en un carmen en el Albayzín. Nunca lo hicieron, pero en cambio vivirían en la casa en la que he pasado casi toda mi vida. Hoy, en agosto de 2008, en el momento de volver a aterrizar a Granada, su hijo resucita su sueño haciéndolo propio: quiero vivir, por todos los medios, en el Albayzín.

Ya sé que es incómodo, ya sé que hay cuestas, ya sé que no hay grandes supermercados, ya sé que incluso puede ser peligroso, que casi no llegan los coches. Pero qué vamos a hacerle, soy amante de los retos, de lo imposible y de cualquier cosa en la que merezca la pena creer.

Bajo los más de 40 grados granadinos, llevo dos días viendo pisos y apartamentos. Estoy en una encrucijada: ya tengo dos apartamentos candidatos. Espero que el buen tino de mis lectores me ayude a decidirme. La situación es la siguiente:

1. Piso de unos 70 metros cuadrados en la parte alta de la cuesta del Chapiz. Calidades estupendas, a estrenar, cocina integrada en un salón muy amplio, mucha luz, dormitorio de matrimonio, dormitorio pequeño, baño de tamaño medio... y vistas al Generalife. ¿El problema? El precio: 600 euros + 30 euros de comunidad + luz y agua (casi unos 700 euros mensuales). Es una maravilla pero uno se pregunta: ¿me encierro en una jaula dorada de la que no pueda salir? ¿Se acabaron los viajes, los libros y los discos?

2. Piso bajo un carmen en la cuesta de las Tomasas. 45 metros cuadrados. Despensa, baño pequeño, cocina pequeña, salón y dormitorio de matrimonio de tamaño medio. Calidades buenas. 550 Euros todo incluido. Caseros de confianza y un detalle: con tres ventanas al exterior, veo la Alhambra desde la Torre de la Vela hasta el Generalife. No hay antenas, no hay casas, no hay árboles entre mi posible cama y ella.

¡Oh dilema! Decidme, oh lectores, cuál es la mejor opción: optamos por la comodidad y el lujo, con el peligro de encerrarnos en unos gastos que no nos hagan libres; o por algo más pequeño y humilde, con el brillo de la Alhambra ante mis ojos todos los días.

Vivir mirando a la Alhambra me da miedo. También habitar en las calles del Albayzín. La mayoría de los caseros con los que he hablado llegaron al barrio y nunca se fueron. Temo llegar al Albayzín, y también a Granada, y encadenarme a la Alhambra, a su vista, a su luz, a sus tardes, a sus colores de turbión o de tormenta... encerrarme y no volver a salir jamás.