Tuesday, April 27, 2010

Jerusalem, palestina

Aunque rebase la treintena, todavía soy tan ingenuo en pensar que quienes tienen la cultura, el dinero y las armas tienen más responsabilidad en todo conflicto.

La Jerusalem palestina es cada vez más pequeña. Cada vez más pobre. Quien vive en ella está marcado para siempre: incluso un turista, cuando va a abandonar el país, puede tener complicaciones si ha pasado sus días en un barrio palestino en lugar de en un lujoso, apartado e inocuo hotel de la zona judía, como pude comprobar personalmente.
La separación entre la Jerusalem judía y palestina es espectacular. Se hace especialmente visible en una avenida que parte de la ciudad antigua y lleva a Tel Aviv. A la izquierda, el barrio judío... como comenté en otro post, impoluto y moderno; y a la derecha, el barrio palestino cubierto de su pobreza cotidiana. La percepción es el mejor juez: curiosamente, para incorporarse a esa vía desde el barrio judío, los conductores disponen de un cómodo semáforo en verde durante casi dos minutos; para hacerlo desde la palestina... dura 7 segundos exactos.

Fuimos a la mítica ciudad de Hebrón, en la zona palestina. Hasta llegar allí, vimos cómo el "muro de la vergüenza" surcaba caprichosamente el país. También los asentamientos judíos, establecidos desde hace décadas en un territorio que, según la ONU, no es el suyo. El caso extremo es la bíblica Hebrón. Emplazada en Cisjordania, viven en ella unos 160.000 palestinos... y 600 judíos asentados en el centro de la ciudad. Por supuesto, esta convivencia no es apacible. El centro histórico, antes un mercado floreciente, está ahora casi hundido. En nuestro 'paseo', unos pobres niños palestinos trataban de vendernos, sin ninguna convicción, llaveros con banderas palestinas de baja calidad. Entramos en una casa palestina poblada por la miseria. También subimos a la terraza: vimos entonces algunas azoteas con banderas israelíes y soldados apostados. Algunas calles del mercado estaban cubiertas con tela metálica repletas de desperdicios: según nos dijeron, los palestinos optaron por proceder así para evitar que, desde arriba, los colonos judíos les lanzasen objetos.

Tras nuestra visita a la casa palestina, bajamos otra vez al mercado. Entonces, lo que vimos fue sorprendente: un grupo de unos veinte judíos-turistas, rodeados del mismo número de soldados israelitas, armados hasta los dientes. Las palabras del guía nos dejaron helados:
"¿Veis esa casa? Tiene la típica arquitectura israelita. Sin embargo, ahora vive ahí una familia palestina. No podemos tolerar eso. ¡NO A LA INVASIÓN PALESTINA DE ISRAEL!". En ese momento, todos empezaron a aplaudir. La cara de los palestinos, frente a frente, ni siquiera era de odio, sino más bien de resignación. Mientras tanto, un amigo noruego preguntaba a uno de los turistas que simulaba no conocer el inglés (la lengua en la que le hablaba su propio guía): "¿cómo se siente uno haciendo turismo con un ejército?"

También estuvimos en Ramallah, la "capital" Palestina. No debe ser muy distinta a Bagdad: urbanismo caótico, malas carreteras, pobre iluminación, edificios en mal estado. Ahora sí: la tumba de Yasser Arafat era moderna y aseada. Esa noche comimos el mejor Kebab que hemos probado en nuestra vida. Pero también pasamos uno de los controles más difíciles: el paso entre Ramallah y Jerusalem. Admito que todos nos pusimos un poco nerviosos.

No es muy difícil llegar a la conclusión que el conflicto palestino-israelí no tiene solución. Para eso no hace falta cruzar el Mediterráneo. Pero, sin sublimar a ninguna de las partes, viajando por aquellas tierras uno comprende que es un conflicto desigual. También comprende que, en la historia, los vencidos pueden transformarse en vencedores.

Saturday, April 17, 2010

Jerusalem, judía


Si alguien quiere comprobar que la historia importa, sólo tiene que mirar al pueblo judío. El pasado que lleva a cuestas este pueblo quizá es el más terrible del que ningún grupo humano haya tenido que soportar. Abandonarían Israel tras la enésima sublevación y la llegada del enésimo supuesto mesías, forzados por los romanos a una diáspora eterna. Después deambularon por el mundo manteniendo su identidad siglo tras siglo, a pesar de avatares diversos. Sobrevivieron a la II Guerra Mundial, pagando un alto precio, pero fueron tan fuertes que lograron sobreponerse al exterminio más feroz de todos los tiempos.

Pero cuando uno los ve viviendo en sus barrios de Jerusalem, paseando por sus calles, muchos con sus trajes propios de ortodoxos, otros con sus rifles por las calles o sobre los tejados, a uno le asaltan varias preguntas. La historia sirve... pero, ¿para qué? La historia nos ha enseñado, por ejemplo, que el nacionalismo es un invento, que los pueblos nunca son puros, pues el tiempo se encarga de mezclarlos con todo lo que encuentran a su paso. También nos ha enseñado que ninguna tierra pertenece a nadie: sencillamente, porque antes de estar ellos allí, existieron otras culturas o religiones. Y uno pensaba que la historia también servía para aprender, para ser lo suficientemente sensible para no convertir la justicia en una mera vuelta de tortilla.

Viajar por Israel merece la pena. Lo primero que salta a la vista es la heterogeneidad, casi opuesta, de los propios judíos: en Tel Aviv la apertura moral supera (no es difícil) a la de Granada; pero en Jerusalem se cruza uno con familias y autobuses de judíos ortodoxos, con sus trajes negros, sus trenzas y barbas, con su mirada perdida y esquiva; gentes que quizá nunca se han dado la oportunidad de hablar o sentarse a comer con alguien que no comparta su religión.

Pero hay otra cosa que sorprende al viajar a Israel: no nos han contado toda la verdad. La segregación entre palestinos y judíos es casi total. La Jerusalem judía es la de los barrios nuevos, las calles limpias, con papeleras, comercios y centros comerciales... la Jerusalem palestina... esa es otra Jerusalem.

Si viajamos a la zona palestina, vemos entonces los asentamientos judíos, establecidos hace décadas o incluso en estos días. Se levantan en el territorio palestino reconocido por la ONU, y son el pretexto para que Israel ejerza su soberanía donde no hay estado soberano, realice los controles que estime oportunos y a quien estime oportuno y, por supuesto, levante el muro de la vergüenza. Al fin y al cabo, como muchos piensan, aquella tierra les pertenece desde los tiempos de Moisés. ¿Estaba desierta cuando sonaron las trompetas de Jericó y Josué cruó el Jordán? Cuando religión, nación y etnicidad van de la mano, pocas soluciones son posibles y, aquí de forma interesada, parece no haberla.

Monday, April 05, 2010

Jerusalem, cristiana

Ser cristiano y visitar Jerusalem se antojaba como algo especial. Confieso que viajaba expectante de lo que allí encontraría y, sobre todo, de los sentimientos que podrían agitarse en mí. Y todo, en un momento en el que la Iglesia queda salpicada por delitos de pederastia y servidor, para qué engañarnos, no se encuentra en el momento más fecundo de su fe.

La Jerusalem cristiana es la tercera ciudad, la menos importante, la minoritaria. Para los europeos, acostumbrados a pensar tan eurocéntricamente, esta es la primera sorpresa que se alza ante uno cuando cruza los muros de la "Ciudad Santa". El segundo es que la historia de Jesús queda desmitificada: la ciudad era de mucho menor tamaño que la que hoy está resguardada bajo sus murallas; por ejemplo, el Gólgota y el Santo Sepulcro se encuentran dentro de los muros medievales que vemos hoy. La tercera es que, paradójicamente, la historia de Jesús se hace más grande o imponente: fuese o no hijo de Dios, ese hombre dejó una impronta única en la historia, en un momento en el que aquellos de su clase pertenecían sin remedio a los olvidados y a los hombres sin historia.

Pero empecemos por el final: la Basílica del Santo Sepulcro guarda el lugar donde fue crucificado y enterrado Jesús. Visitarlo levanta pena y desconcierto. Y no tanto por la muerte de Jesús, sino por la actitud de los cristianos dentro del templo: se arremolinan en torno a las capillas, las rocas, los exvotos... tocan de forma compulsiva y emocionada los objetos, restriegan sus prendas y pañuelos contra la roca originaria, golpean sus cabezas y aprietan sus manos contra todos los objetos que consideran sagrados. Viendo todo aquello, tan cerca de tantos pasajes bíblicos, venía a la mente la expulsión de los mercaderes del templo de Jesús, y por qué no decirlo, la falta de una fe más centrada en el contenido y en los valores cristianos, y menos en ritos cuasi-animistas. Y digo esto porque el problema planteado en Israel-Palestina es como para pensar un poco más allá.

El Monte de los Olivos sí es un lugar especial. Fuimos a la tarde. Desde allí se vislumbraba la ciudad de Jerusalem. Emocionante: asistimos a un atardecer lento y reposado, que dejaba poco a poco la ciudad en penumbra.
Y Belén. El lugar de nacimiento de Cristo está a unos siete kilómetros de Jerusalem. La Basílica de la Natividad no impresiona demasiado, aunque conserva la gruta donde la familia de Jesús se cobijó aquella noche. No obstante, estar allí para mí sí fue especial. Sentado en el altar mayor de la iglesia, hablando con mi amigo Morten llegué a la conclusión que lo más interesante, lo más cercano a la pobreza y a todo lo que quiere representar el cristianismo, estaba fuera de los muros de Jerusalem, de los circuitos turísticos. Para llegar a la basílica de Belén, habíamos tomado un autobús de línea. Una vez en el pueblo, subimos a un taxi. Comenzamos a hablar con el taxista palestino... que nos llevó al muro que, después de la 2ª intifada, habían levantado los israelitas alejando a los palestinos de todo. Vimos entonces la pobreza y la desesperación de muchos palestinos, fuera siempre de los circuitos turísticos. Quizá por eso, al visitar la Basílica del Santo Sepulcro varios días después, me pregunté por el papel que los cristianos jugábamos en todo aquello. Pero hablar de todo eso requiere otra entrada distinta de este blog.