Saturday, April 17, 2010

Jerusalem, judía


Si alguien quiere comprobar que la historia importa, sólo tiene que mirar al pueblo judío. El pasado que lleva a cuestas este pueblo quizá es el más terrible del que ningún grupo humano haya tenido que soportar. Abandonarían Israel tras la enésima sublevación y la llegada del enésimo supuesto mesías, forzados por los romanos a una diáspora eterna. Después deambularon por el mundo manteniendo su identidad siglo tras siglo, a pesar de avatares diversos. Sobrevivieron a la II Guerra Mundial, pagando un alto precio, pero fueron tan fuertes que lograron sobreponerse al exterminio más feroz de todos los tiempos.

Pero cuando uno los ve viviendo en sus barrios de Jerusalem, paseando por sus calles, muchos con sus trajes propios de ortodoxos, otros con sus rifles por las calles o sobre los tejados, a uno le asaltan varias preguntas. La historia sirve... pero, ¿para qué? La historia nos ha enseñado, por ejemplo, que el nacionalismo es un invento, que los pueblos nunca son puros, pues el tiempo se encarga de mezclarlos con todo lo que encuentran a su paso. También nos ha enseñado que ninguna tierra pertenece a nadie: sencillamente, porque antes de estar ellos allí, existieron otras culturas o religiones. Y uno pensaba que la historia también servía para aprender, para ser lo suficientemente sensible para no convertir la justicia en una mera vuelta de tortilla.

Viajar por Israel merece la pena. Lo primero que salta a la vista es la heterogeneidad, casi opuesta, de los propios judíos: en Tel Aviv la apertura moral supera (no es difícil) a la de Granada; pero en Jerusalem se cruza uno con familias y autobuses de judíos ortodoxos, con sus trajes negros, sus trenzas y barbas, con su mirada perdida y esquiva; gentes que quizá nunca se han dado la oportunidad de hablar o sentarse a comer con alguien que no comparta su religión.

Pero hay otra cosa que sorprende al viajar a Israel: no nos han contado toda la verdad. La segregación entre palestinos y judíos es casi total. La Jerusalem judía es la de los barrios nuevos, las calles limpias, con papeleras, comercios y centros comerciales... la Jerusalem palestina... esa es otra Jerusalem.

Si viajamos a la zona palestina, vemos entonces los asentamientos judíos, establecidos hace décadas o incluso en estos días. Se levantan en el territorio palestino reconocido por la ONU, y son el pretexto para que Israel ejerza su soberanía donde no hay estado soberano, realice los controles que estime oportunos y a quien estime oportuno y, por supuesto, levante el muro de la vergüenza. Al fin y al cabo, como muchos piensan, aquella tierra les pertenece desde los tiempos de Moisés. ¿Estaba desierta cuando sonaron las trompetas de Jericó y Josué cruó el Jordán? Cuando religión, nación y etnicidad van de la mano, pocas soluciones son posibles y, aquí de forma interesada, parece no haberla.

2 comments:

Anonymous said...

Querido bobby, me gusta esta y las otras entradas del viaje a Israel/Palestina, pero creo que dulcificas bastante la posición de las partes, especialmente de una. En cualquier caso, un relato cojonudo. Un abrazaco. Ah, y se te olvido decir una cosa: visite Palestina!!

polo said...

Me gusta tu reportaje. Dan todavía más ganas de ir a Israel y comprobar así con nuestra propia experiencia si es verdad lo que nos cuentan los antiisraelitas, que despiden el peligroso aroma antisemitista tan enraizado, sobre todo, en el siglo veinte.

Debe ser fascinante la mezcla de culturas y religiones, y los distintos tipos de israelíes, todos en una misma ciudad. La ciudad.

No me importaría nada ir a un lugar tan único como Tel Aviv.