Friday, September 26, 2008

El martes


El martes pasado rubriqué el fin de unos años y el comienzo de otros. Firmé el contrato con la universidad. Dejé de ser eterno becario para pasar a profesor ayudante doctor. Estos años han sido estupendos y es de esperar que los que vienen también lo sean. Mejorar profesionalmente es importante, por supuesto, pero no creo que en ello resida la felicidad. Ni mucho menos.

Han sido muchos años de trabajo. Becas que se piden y que a veces se conceden. Horas y horas en la biblioteca, carretera en busca de documentación, archivos municipales mugrientos, peleas con archiveros, tecleo incesante, fotocopias y compras de libros y revistas, congresos, viajes y más viajes. Y de repente, el pasado martes, ante mí, cinco copias de un contrato que prácticamente no leí: las cláusulas estaban en un teórico "convenio colectivo" que, por supuesto, no tenían en la oficina de la universidad y que, también por supuesto, yo no tuve inconveniente en no leer. Firmé casi sin darle importancia, dos firmas en cada hoja. El bolígrafo se deslizaba suavemente, con facilidad, casi con vida propia. Pero no ha sido fácil llegar hasta aquí. Y os aseguro que más lo será seguir adelante. Pero cuando me levanté de esa mesa, llevaba esa sonrisa y la mirada perdida que últimamente me acompaña... y que sólo cambié cuando me di cuenta que había olvidado mi casco en la oficina. Al llegar a casa, al comenzar a vivir la semana, comencé a sentir el peso de la responsabilidad: llegar hasta aquí y seguir en el camino no valdría nada si fallase en mi trabajo, si fuese un mal docente, si abandonase la investigación. Reconocer un supuesto triunfo es fácil, no así una derrota.

Tuesday, September 16, 2008

En este blog no se habla de amor


Este blog está llegando a su fin. Al borde de cumplir dos años, repaso los post, el pasado que he ido dejando relegado y que me acompaña. Y he caido en la cuenta de algo sorprendente: en este blog no se habla de amor. No es algo premeditado, no es algo calculado fríamente. Sencillamente, ha sido así.

Nunca traté de definir este blog. Más bien fue tomando forma de forma espontánea, dejándome arrastrar por la necesidad de escribir, reflexionar o contar algo. Y por supuesto, es y ha sido lo que es por vuestros comentarios. Seguramente en el último año se ha hecho más literario, más reflexivo, más profundo. Pero aún así, el amor ha estado ausente.

Pero no hablar de amor es no hablar de la vida. Si en algo los seres humanos somos iguales, además de en el hecho de nacer y morir, es en el hecho de amar. Porque creo que todos somos capaces de hacerlo: unos con más intensidad que otros, unos de una forma o de otra. Es algo que no podemos hacer sólos: necesitamos un cuerpo, una persona, que nos provoque una reacción. Es ese cuerpo un buen día extraño y ajeno... y que llegado un momento queremos hacer nuestro, hundirnos en él y no dejarlo escapar.

El amor es ese sujeto ausente que siempre está presente en nosotros. Del que no se habla, pero que siempre está ahí, inundando nuestro ser, nuestros ojos e incluso las teclas de nuestros PC. Puede que el amor no haya estado en este blog: ni en mis posts ni en vuestros comentarios. Pero ello no quiere decir, queridos lectores, que vosotros no lo tengáis a vuestro lado ni yo al mío.

Tuesday, September 09, 2008

La Historia para seguir viviendo

(Con el permiso de la otra autora, pego abajo el artículo publicado en Granada Hoy el 8 de septiembre de 2008. Es largo, pero quizá os interese)

El padre de Gabrielle García nació en 1911 en el pueblo granadino de Cijuela. Pese a su origen y posición humilde, aprendió a leer y a escribir. Antes de la Guerra Civil llegó a ser secretario local del Partido Socialista en el lugar donde había visto la luz. Durante la contienda participó en el Batallón Granada. Y, seguramente, el 7 de febrero de 1939 cruzó la frontera con Francia avergonzado y desgarrado por la España que dejaba atrás. Comenzó entonces su caminar por los campos de concentración franceses, por los campos de trabajadores nazis en las costas de Normandía y, con mucho esfuerzo, la libertad y la resistencia. En un intento de escapar a su pasado, todavía con la capacidad de amar pese a los desastres que sus ojos habían contemplado, contrajo matrimonio con una mujer francesa que, enamorada de él, le había protegido no dando su nombre a unos soldados alemanes. Con los años, tuvo dos hijas y construyó una casa con sus propias manos. Pasó el resto de sus días en Saint Maló (Francia), junto a un mar que le recordaría un exilio del que jamás regresaría.

No conocemos más del padre de Gabrielle. Ni siquiera su nombre. Y lo que ha llegado a nosotros lo hizo, como un huracán de recuerdos, en una cafetería granadina el pasado 12 de agosto. Junto a Plaza Nueva, Gabrielle nos habló de su padre. Y de cómo decidió ir en busca de su pasado, porque “quería conocer el significado de las palabras”.

Gabrielle todavía recuerda a su padre “gritar en silencio”: “Granada, Granada”. También el silencio de sus padres. Y una terrible confesión prueba del dolor y del amor ilimitado de su padre hacia ella: “Si tú tuvieras que pasar por donde yo he pasado, te mataría”.

Todo eso hasta 1967. Sólo la incógnita de un silencio perpetuo. Pero una carta cambió su vida: en esa fecha, su tío y algunos jornaleros de Moraleda de Zafayona anunciaban su presencia en las cercanías del Monte Saint Michel. Y, entonces, la visita de esos hombres a Saint Malo. Gabrielle recuerda verlos avanzar hacia la casa con sus ropas desgastadas, sus pantalones anchos, sus sombreros de paja, su humildad y su dignidad de campesinos arrastrando junto a las murallas de piedra de la playa de Saint Malo. Quedó tan fascinada por un pasado que la llamaba que, con el consentimiento de su padre y con sólo dieciséis años, marchó hacia Andalucía montada en un camión cargado de emigrantes hambrientos. Los intentos de su madre de hacer de ella “una francesa” no habían logrado alejarla de un pasado que necesitaba desentrañar. Al anochecer de este agosto, Gabrielle justificaba su viaje: “fui a España para traerle a mi padre las palabras que necesitaba para seguir viviendo”.

Y las encontraría. Las encontraría en los caminos polvorientos de Andalucía y, sobre todo, en la pobreza que rodeaba a los más humildes. Lo comprobó al llegar a Cijuela y Moraleda. Los vencidos en la Guerra Civil seguían allí, sepultados en sus cuevas, hambrientos, sin apenas vestidos. Recuerda cómo, al verla, su tía Paquita le confesaba su “vergüenza por ser tan pobre”. Entonces Gabrielle le cogió la mano. Su tía la miró. De tanto sufrimiento pasado, “no podía llorar”, recuerda.

Su tía Paquita conservaba la dignidad del vencido, la hondura de una pobreza que marca el rostro, que expresa el pasado y anuncia el futuro. Pero en su familia también quedaban las brechas de la Guerra Civil: algunos eran vencedores. Fue el caso de su tío-abuelo, cómplice con el franquismo y que llegó a renegar de su sangre. Gabrielle recuerda verlo en su pueblo, con la cabeza baja y sin voluntad de mirarla a los ojos. Su tía le dijo: “Aquí está la hija de tu sobrino”. Ella se acercó en busca de un pasado que no temía. Pensó, sin atreverse a decirlo en voz alta: “levanta la cabeza que vea la cara del hermano de mi abuelo”. Él no lo hizo.

En esos días de agosto, Gabrielle ha visitado por primera vez el cementerio de Moraleda. En él está enterrado su abuelo. Sin embargo, no pudo encontrarlo: no había lápida que cobijase su memoria. Lo mismo le sucedía a otros muchos nombres perdidos en el pasado, pero vivos en la memoria de muchos de nosotros. A día de hoy, los únicos restos de su paso por la Historia siguen siendo unos pequeños montículos de tierra coronados por dos ramas en forma de cruz o unas pequeñas flores artificiales.

No está claro qué es más sorprendente, si la Historia o su rescate. Si los hechos del pasado o los que los enlazan con el presente. Preguntamos a Gabrielle del por qué de su lucha, del por qué de su curiosidad, del por qué de abandonar unas cómodas vacaciones, dejar a su familia y viajar al sur a visitar sola el tiempo más agreste de su familia. Para ella, luchar por su memoria es un deber imprescindible: los vencidos “fueron tan humillados que a mí me tocaba limpiar esa humillación”. Hoy dice haber “puesto cuerpo a las palabras”. Confiesa, con lágrimas en los ojos y con la voz temblando, pero con el orgullo y la seguridad del que abraza una convicción, que es la primera vez que entra en Granada diciéndose que es suya, que por fin le pertenece: “antes entraba con miedo, con dolor, pero ahora no”.

¿Por qué viajar al pasado? ¿Por qué desentrañar las palabras que anidan en los huesos de los que nos han precedido? ¿Por qué buscar respuestas en los que todavía callan? Sin duda puede haber muchas razones, muchas, necesarias. Para Gabrielle había una y definitiva: “lo hago porque lo necesito”. Y no sólo por su padre, sino también por ella, por sus hijos y por esos hombres y mujeres que vieron morir a sus hijos.

Pese a haber pasado su vida fuera de España, Gabrielle está conectada con España y su Historia. ¿Lo estamos los españoles? Al comienzo de la entrevista confesaba con rabia su experiencia esa misma mañana. Acudió a la Facultad de Derecho, en busca de las aulas, los muros y el espacio donde fue catedrático Fernando de los Ríos, el ministro de Justicia e Instrucción Pública de la II República. Emocionada, preguntó a una alumna por su recuerdo. La alumna, seguramente extrañada, le respondió que no conocía a ese personaje ni tenía por qué hacerlo.

El pasado no es algo inerme y escondido. Nos rodea día a día, se asoma a nuestras vidas. Es necesario acercarnos a él, avistarlo, rescatarlo y tenerlo presente. Es el nicho donde reposan las tragedias, pero también el origen de nuestros derechos. Y, en España, los derechos fueron conseguidos con mucho dolor, sangre, silencio y, por supuesto, esfuerzo. El pasado no es un tiempo lejano ni ajeno: es nuestro, deambula o reposa por las calles de Granada, en nuestras vidas y en las de los que se han ido. Encontrarnos con él es imprescindible para encontrarnos con nosotros mismos y, por supuesto, con nuestro futuro.

Ese atardecer de agosto, junto a un taxi, emocionada y sonriente, Gabrielle García se despidió de nosotros y de Granada. Nos abrazó y nos besó, con esos gestos que cruzan las generaciones y la Historia. Mientras que su taxi se alejaba, nos quedamos pensando en sus últimas palabras antes de levantarse de la mesa del café: “Hoy las frases ya no están enterradas en un hoyo en la tierra: hoy, por fin, han vuelto a su tierra”.

Sunday, September 07, 2008

London Calling... Granada is calling

Fin. Menos de una hora para salir para el aeropuerto de Stansted. Acabo de terminar mi última maleta. Mi último día en Londres. Mi última mirada a Londres.
Pero ya miro con otros ojos. Ya mi maleta es más ligera que hace dos años, aunque llevo más cosas en ella.
Y por fin, Granada. Mis nuevos ojos, y siempre maleta a mano, se complacen en ver mi futuro en Granada.
Estos dos años me han cambiado la vida. La vida, la mirada, el corazón y hasta la piel.
Ahora será Granada la que llame a todas las ciudades, bajo una bomba nuclear o la moral que nos aplasta a todos. Bienvenidos, queridos míos, aquellos que quieran luchar conmigo junto al río.

Tuesday, September 02, 2008

Capaces de todo



Este fin de semana estuve por Coventry, en la casa de mi amigo Peter. Coventry es una ciudad hecha pedazos. El 14 de noviembre de 1940 la Luftwaffe alemana llevó a cabo uno de los primeros bombardeos masivos sobre una ciudad: su intención era reducir a cenizas a la ciudad al completo. Coventry era por entonces una pequeña ciudad medieval, donde se encontraban algunas fábricas de la industria automovilística inglesa.
La nueva Coventry, llamada 'la ciudad de la reconciliación', es horrorosa. No queda nada del pasado. Tan sólo los ahora viejos edificios de posguerra, levantados en cemento visto, con cristales desgastados y marcos metálicos ya de otro siglo.
La catedral gótica merece la pena. Data del siglo XIV. Pero de ella sólo quedan sus muros. No hay techo, no hay bóvedas, no hay arcos. Sólo una alta torre clavada en su ángulo, y unas vidriras ausentes en unos vetustos muros de piedra.
Junto a ella, la nueva catedral, al orden de los tiempos. En una pequeña sala, el horror que no debe ser olvidado: fotos de las gentes masacradas por las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki. Cuerpos quemados. Carnes desprendiéndose de los huesos y muerte.

Al día siguiente, cruzando esos preciosos campos de las 'Midlands', fuimos a Stratfod-upon-avon, ciudad natal de Shakespeare. Todavía conserva el carácter de algunas casas medievales, estilo Tudor, y de algunas calles angostas. Allí está la tumba del poeta inglés. Fue tan grande que todavía nos queda en la memoria, e incluso a su muerte tuvo el privilegio de ser enterrado en la sacristía de una iglesia junto al río, en suelo sagrado.
Los seres humanos somos capaces de todo. Podemos destruir millones de vidas apretando un botón, en el tiempo que tomamos una taza de café o incluso menos. O podemos escribir obras donde vertimos toda nuestra naturaleza: nuestro egoismo, nuestra maldad, la lucha por el poder, nuestra capacidad de amar, nuestra avaricia y, en definitiva, todo lo que somos. La grandeza y la miseria de nuestra especie, capaz de crear brillo y horror interminable. Pero hay algo cierto en todo eso: cuando nos aupamos a la técnica, cada vez son más los que pueden apretar un botón y masacrar a millones de personas, cada vez son más los que podemos utilizar un ordenador como yo ahora mismo, o incluso construirlo. Pero siempre serán pocos, o excepción, aquellos capaces de crear belleza, de construir ideas, de transmitir mensajes que duren para siempre y que cambien en el mundo.