Wednesday, March 19, 2008

Los visitantes

Los últimos días han sido días de visitas. Y los visitantes no han podido ser, o son, más heterogéneos.

Primero fue el turno de Alex y Carmen. Mi viejo amigo, aquel que vino a visitarme a Nueva York e incluso llegó a colgar 'a alimón' algún post en este blog... ha estado por aquí. Ha sido un buen momento para conocer mejor a su novia: ahora entiendo por qué en aquellos días de Nueva York, aunque no hubiesen empezado la relación y él negase enamoramiento alguno... en aquel pub del Alphabet Town se echó hacia atrás y no hicimos nada.

Unas 12 horas después de su marcha, han llegado Manolo y Mati. Buenos amigos también. Manolo no habla inglés: sin embargo, demuestra unas habilidades inauditas para comunicarse. ¿En qué idioma? En ninguno. Ayer se escapó a la tiendecilla que hay junto a mi casa en un par de ocasiones: consiguió saber que no había ciruelas, se entendió con el pakistaní... Nos cocinaron a Yen -mi chinocompañerodepiso- y a mí un soberano (por grande, no por rey) 'pollo al whiskey'.

Y en medio de todo eso, la visita de Megan, una vieja amiga de Ann Arbor que se ha dejado caer por aquí. Saqué tiempo para estar con ella como pude. Nos vimos en Brixton, tomamos café, visitamos el mercado jamaicano, paseamos por el Southbank, la City... y acabamos comiendo en un koreano fantástico. Ella no paraba de sacar fotos. Le interesan las ciudades por encima de cualquier otra cosa, como muestra en su blog. Fue como si un pedazo de los días de Michigan invadiesen, de repente, las calles de Londres. Y con algún añadido:
También conocí a su amiga Eva. Una chica para la que Úbeda se quedó pequeña, también estudiar Arte en Granada, descubrir la fotografía en Barcelona... y ahora, Londres, donde busca empleo en cualquier galería. Pertenece a la misma promoción universitaria que yo, y es de esas personas que provocan, en el bueno sentido, al hablar y opinar.

Las vidas cruzadas de esta ciudad no tienen fin. Todas estas siluetas, en menos de dos días. Mientras tanto, este blog dormía abandonado, a la vez que por las calles de Granada ya se pasearán las procesiones de Semana Santa... y esta biblioteca se ha quedado desierta.

Tuesday, March 11, 2008

Mi personaje (IV) - Una tarde con Lucila

No. Tranquilos. No me vuelo, no me llevan los aires que azotan Inglaterra; tampoco me arrastra el Támesis. Algunos os habéis molestado en escribirme un correo para preguntar por mi destino. Tranquilos: resisto en mi pequeño suburbio del sur de Londres.
Hoy ha sido un día especial. Otra vez me he cruzado con la historia de "Carlos Posada", "mi personaje". Este hombre al que ya dediqué posts anteriores: escribió un diario durante la Guerra Civil y, el destino, me hizo encontrarme con su hija, autodesterrada en Londres, y su nieto.

Bien: hoy he ido por primera vez solo a visitar a Lucila, su hija. Tiene 85 años, una vitalidad increíble y una vida que no quiere apagarse. Vive sola en la zona de Earl's Court. Y me esperaba a las tres de la tarde.
Entre la lluvia y el viento, me presenté en su puerta diez minutos tarde. Rápidamente, nos sentamos en su salón, mirando a un jardín interior. Y mientras que la lluvia cae sin cesar, mientras que las ramas de los árboles quieren entrar en nuestra conversación agitándose sin cesar... se abren las puertas de la Historia.
Enchufo la grabadora, con su permiso. Y comenzamos a conversar. Se nos va el santo al cielo. Lucila habla de su niñez, de sus creencias, de Dios, de la guerra civil, de la república, de la posguerra, de cómo conoció a su marido, de cómo educó a sus hijos, y de quién era su padre... Lo hace con templanza, pero apasionada: a sus años, sigue sin entender cómo llegamos a aquello, por qué asesinaban a gente bajo su casa del Parque Metropolitano en Madrid de 1936... y por qué en la España franquista la represión retumbaba a sus espaldas, mientras que recordaba cómo un buen día, mientras que su padre le daba clases de francés, se la llevaron a la cárcel de Ondarreta (San Sebastián). Frecuentemente, se interrumpía a sí misma y me preguntaba: "ah, ¿pero no quieres nada? ¿no quieres un té? ¡No te he dado nada, soy un desastre!"

Creo que Lucila ha sido feliz reviviendo su pasado. Cuando apagué la grabadora, seguía hablando y tuve que encenderla un par de veces más. Incombustible. Asumía que la guerra civil, pese a sorprenderla con escasos 16 años, fue el acontecimiento de su vida. Quizá Lucila necesitaba hablar.

Después, me ha enseñado unas fotos fantásticas de su padre y su familia. Me empeñé en ir a escanearlas. Se ofreció a acompañarme... ¡conduciendo su coche! No sabía qué podía pasar. Entre la ventisca, la lluvia y las hojas caídas, su coche avanzaba hacia High Street Kensington. De milagro no nos matamos. Los autobuses de dos pisos, los taxis y los lujosos coches de Chelsea pasaban a menos de un palmo de distancia...
Finalmente llegué a la copistería. La verdadera sorpresa del día llegó al pagar: 47 libras. Palo de los buenos. Mis cálculos económicos mensuales a la basura. Volví a casa andando, pues Lucila no podía aparcar su coche y tuvo que regresar (casi lo preferí). Helado, volví a llamar al timbre. Otra vez me recibió, esta vez con unas tostadas, agua y helado de fresa.

La dejé pegada al teléfono, hablando con una antigua amiga de la Institución Libre de Enseñanza, donde estudió. Minutos antes me confesaba que, aunque lucha cada día contra la soledad, no supone para ella ningún problema. Pensando en todo eso, salí a la calle, me tragó la boca de metro, llegué a una estación Victoria desierta y, por fin, a West Norwood. La experiencia hizo que los 47 pounds se quedasen en una anécdota que debía ser contada en un post tan largo como este.

Monday, March 03, 2008

El Graduado / The Graduate

Ya no se hacen películas como esta: tan originales, con una historia tan buena que contar y unos actores espectaculares. Pero, a veces, las cosas tienen que llegar en el momento justo para que no pasen desapercibidas y podamos valorarlas. Ha sido el caso de "El Graduado" (1967).

Es la historia de un joven graduado, de familia muy acomodada que, al terminar la carrera, no sabe dónde dirigir su vida. Es entonces cuando el sexo y, después, el amor, salen a su paso. Juventud, sexo, amor y soledad, palabras que seguramente tienen mucho más en común de lo que acertamos a comprender. Como esa escena en el campus de la universidad, en la que el protagonista está sentado, sin nadie alrededor, esperando a la mujer que tiene que decidir, con su opción, qué será de su futuro. Es en ese, o en otro momento de la película, cuando escuchamos eso de "hola oscuridad, querida amiga, vengo a hablar contigo otra vez", en esa banda sonora que parece provenir de otro mundo.

Estar enamorado supone hacer cosas estúpidas, irracionales, sin sentido. Cuando todo está calculado, cuando se siguen los pasos correctos y definidos por nuestro entorno... quizá no lo estemos. Benjamin, (Dustin Hoffman) el protagonista, deja su casa, su vida, decide que va a casarse con alguien que lo detesta, suplica el perdón de lo imposible... y destroza una boda. Cruza los límites, como hacen los verdaderos héroes, rebasando las normas sociales, como hacen los hombres y mujeres enamorados. Si Marlon Brando se bajaba los pantalones y enseñaba el culo a la caduca burguesía en "El último tango en París"... Dustin Hoffman asalta una iglesia, grita, golpea los cristales, abofetea al padre de la novia, la abraza y, blandiendo una cruz (todo un símbolo), mantiene a raya a los que se oponen a sus sueños. Esa misma cruz sirve para encajar la puerta y dejar a la sociedad hipócrita, a lo establecido, encerrada en su templo.

Él y ella, de blanco, escapan en un autobús sonriendo, emocionados. Pero los sueños y el amor dicen que duran poco. Y cuando se tiene lo añorado los sueños se diluyen, la magia desaparece, el futuro se hace plomizo. La última escena nos anuncia la normalidad más cansina, seguramente tan ajena al amor, y tan propia de los que alguna vez estuvieron enamorados: sin un beso, sin una caricia, sin una mirada, los novios miran al frente con la mirada perdida, sin brillo, mientras que el autobús sigue su camino.