Tuesday, November 20, 2007

Mi personaje (III)


Siempre había concebido la Historia como algo ajeno, algo estudiado desde la distancia. Los personajes del pasado eran eso, espectros que habían muerto para nunca volver, objetos de estudio de laboratorio que, al igual que una célula cualquiera, podían ser tratados de forma aséptica e independiente. Pero cuando la Historia se cruza con el presente, todo eso salta por los aires.

Sucedió hace un par de domingos. Conocí a Lucila, la hija de mi personaje: Carlos Posada, el autor del "Diario de la revolución y de la guerra civil" en el que estoy trabajando.

Llegué tarde al barrio de Chelsea. Salí apresurado de la parada de Earl's Court. No encontraba la casa. Recibí una llamada de Carlos, nieto de Carlos Posada e hijo de Lucila. Primero escuché su voz por primera vez: me había perdido. Finalmente di con la casa cuando, a mi espalda, no se como alguien con acento inglés me gritó: "¡Miguel Ángel!". Era Carlos. Dios santo, sus rasgos eran los de su abuelo: alto, labios pequeños y fruncidos, menton pronunciado... todavía me pregunto cómo me reconoció. Me esperaba más mayor, según confesó.

Entramos en la casa. Lucila, de más de ochenta años, nos estaba esperando. Había preparado algo de comer, y después nos invitaría a tomar el té. La primera impresión fue de cercanía, de cariño. Confieso que me dieron ganas de abrazarla: tener en mis manos al diario de su padre, transcribirlo, conocer sus más profundos pensamientos... me hacía sentir tan cercano, tan parte de su pasado... sin haberla conocido hasta entonces.

Tras el partido, volvimos a tomar el té. Mi primera impresión sobre Lucila se potenció aún más. Nos sentamos junto a una mesa baja. Carlos en el sofá. Yo en un sillón inglés bajo. Y ella frente a nosotros. Comenzamos a preguntarle por su pasado, por su padre, por su madre, por la huída de Madrid, por la llegada a Valencia, por las iglesias quemadas, por la llegada a Francia, su vida en San Juan de Luz, su vuelta a España, el encarcelamiento de su padre, las visitas a la cárcel, la vida de posguerra... Creo que Lucila se encontraba cómoda. Carlos estaba impresionado de que no se emocionase. La Historia, más que nunca, se cruzaba con la memoria: hablaba de sucesos que yo había conocido por su padre, de su primer amor en San Juan de Luz, de las dos averías del coche tratando de huir de España, de la depresión de Carlos Posada... Era raro preguntarle sobre pensamientos que su padre vertía en el diario... y que ella no conocía. Me sentí rodeado del pasado, combatiendo por traerlo al presente y que suponga algo para el futuro.

Y por supuesto, esa generación. Lucila estudió en la Institución Libre de Enseñanza. Nunca había conocido a nadie que lo hubiese hecho. Me impresionó. Al ver su humanidad, su impresionante educación, su naturalidad, su dignidad y su sentido de justicia, comprendí el sueño de ese grupo de hombres que pensaban que la educación podía cambiar un país. Que oportunidad perdió España desperdiciando a esta generación.

Una y otra vez, cuando trabajo sobre este tema, me pregunto por qué me atrae tanto. Al fin y al cabo, puede ser una mera historia personal. Quizá es que ha llegado a ser tan personal que eso es lo que importa: rescatar la historia de una generación que fue pulverizada por la guerra es como rescatar la mía propia. El olvido es muerte y la memoria es vida. Mientras que escribo esto, recuerdo el escritorio de madera de Carlos Posada que, al fondo de la habitación, nos acompañaba en la conversación mientras guardaba en sus cajones los cuadernos del diario con el que toda esta historia comenzó.

3 comments:

N said...

Ha sido una generación increible. Quien puede contar algo de los felices 20, explicar como se fraguó la contienda, hablar del después, de como ha evolucionado su vida, de cómo han visto la diferencia abismal entres sus hijos y sus propios padres (de finales del XIX) y todo eso contarlo a sus nietos... Yo me quito el sombrero.

Anonymous said...

De ti siempre se aprende, Migue. Por eso me gusta tu blog.
Un abrazo y que todo siga así de bien.

Carmina said...

Tanta cultura, tanta cultura.... La cultura está muy bien para un rato, pero vale ya, que eres un cansino (un intense... que diríamos aquí).
No, a ver, que es muy interesante y muy bonito, pero lo que quiero yo y queremos por estas tierras infieles es que nos cuentes qué tal la vuelta y todo eso, que seguro que hay mucho que contar.
Bueno, y podemos decir que sí, que te echamos de menos, o por lo menos yo sí.

PD: Bueno, estoy aquí gorroneando interneses a la Sescún y ella apoya la moción de los echar de menos...